Las curiosidades del día a día del sepulturero de Albatera
Cosas que no sabías del Cementerio Municipal de Albatera
Tras 18 años en su antiguo trabajo, José Ramón Fenoll, sepulturero del Cementerio Municipal de Albatera, dejó su puesto de toda la vida tras adquirir una plaza como sepulturero del municipio.
Una decisión tomada por los 60 kilómetros que tenía que recorrer cada día para desplazarse a su antiguo trabajo, el balneario de Fortuna. Tras salir la plaza, se presentó y quedó el segundo, por encima de él una persona de Elche que rechazó su plaza, cediéndosela al segundo candidato, José Ramón.
Comunicación y confianza es lo que se busca en el sepulturero. Algo que nos entusiasma es que, tal como nos cuenta, hace de «psicólogo» de muchos familiares que entierran allí a sus difuntos, temas sobre la muerte y cómo llevarla son las conversaciones más comunes donde, de algún modo, consuela a los familiares, que asegura que se sinceran con él y les suelen contar anécdotas de los recientes fallecidos.
«En Albatera hay tres personas que vienen durante todos los días del año, excepto los jueves que el cementerio permanece cerrado. Por ejemplo, hay un hombre que se mete dentro de panteón durante una hora y habla con su mujer ya fallecida», nos relata José Ramón.
Estas dos semanas previas al Día de Todos los Santos, son las favoritas de José Ramón, quien asegura que el cementerio se llena de personas y de color: «durante el resto del año, el Cementerio está muy solo y vacío, solo veo conejos y perdices».
Este año ya ha realizado 76 entierros, mayoritariamente a personas de larga edad, más mujeres que hombres, y en su inmensa mayoría fallecidas a causa del cáncer, superando al año anterior que en sus 12 meses se hicieron 74 entierros.
Una de las cosas que más nostalgia le causan a José Ramón, es que conoció a muchas de las mujeres mayores que ahora entierra, ya que acudían con frecuencia a su antiguo trabajo, el balneario de Fortuna.
Normalmente es el tanatorio quien contacta con él para organizar el entierro, pero la confianza hace que muchas veces sean los propios familiares quienes contactan directamente con José Ramón. Una vez contactado, el debe llamar al tanatorio para comunicarle la calle, número y altura donde se ubica la inhumación, tras esto, se le traslada al Ayuntamiento una copia de la licencia de enterramiento (con todos los datos anteriores) para dar de baja en el padrón municipal a la persona fallecida.
En el día del entierro, él se encarga de buscar el nicho de la persona, quitar la lápida, y tomar la medida del nicho. Antiguamente no todos coincidían en medidas, en la actualidad la normativa sí dicta que las medidas sean para todos los nichos por igual, 80×90. Tras ello, marca las medidas correspondientes en unas placas de yeso para colocarlas, introduce el féretro en el nicho, que siempre lo hace con los pies hacia dentro, coloca la placa de yeso y tras ello, la esquela. Después de él, llegaría el marmolista para poner la lápida. Para los féretros que su nicho está en alto, se suben con la elevadora que donó la Cooperativa Eléctrica Benéfica Albaterense.
En la actualidad lleva un año y seis meses como enterrador «ahora me conoce todo el pueblo», cuenta José Ramón. La única anécdota que le ha pasado hasta el día de hoy, fue en un entierro donde una de las tapas de mármol a levantar para introducir el féretro, era imposible de elevarla, necesitó la ayuda de 8 personas más.
También asegura que «hay nichos que están totalmente abandonados, donde familiares y personas cercanas al difunto hace años que no lo visitan».
José Ramón también cuenta cuál sería su función si tuviera que abrir un nicho por cualquier motivo: «Hasta que no transcurran mínimo 5 años no se puede tocar un nicho. Primero sacaría la caja, echaría los restos a un sudario, se cierra y se introduce dentro del nicho o de la caja, dependiendo de cómo lo quiera el familiar. Este sería el trabajo más desagradable de todos».
Otra, y última, curiosidad del Cementerio de Albatera, es que hay dos casas de familias chinas, y no hay ningún entierro de personas árabes o ecuatorianas, ya que cuentan con un seguro de repatriación.



